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24 noviembre, 2022

Como puede el ejercicio físico reducir la presión arterial del adulto mayor

hipertension arterial adulto mayor

Actualmente, alrededor de 1400 millones de personas tienen más de 60 años en todo el planeta. De hecho, la Organización Mundial de la Salud (OMS) predice que en el 2030 una de cada seis personas en el mundo tendrá más de 60 años, alcanzando unos 2.100 millones para el 2050. Esto supondrá un aumento del 34% de habitantes en esa franja de edad entre el 2020 y 2030. Además, hoy en día, el número de personas mayores de 60 años supera a la población infantil menores de 5 años. Para el 2050, se prevee que el adulto mayor (>60 años) supere a la población de adolescentes y jóvenes entre 15 y 24 años (OMS, 2021). Este nuevo escenario supone, por tanto, un gran desafío para toda la sociedad actual y, en concreto, para los agentes de la salud que deben garantizar un envejecimiento activo y exitoso.

El envejecimiento se podría definir como un «proceso fisiológico que comienza en la concepción y ocasiona cambios en las características de las especies durante todo el ciclo de la vida; esos cambios producen una limitación de la adaptabilidad del organismo en relación con el medio. Los ritmos a los que estos cambios se producen en los diversos órganos de un mismo individuo o en distintos individuos no son iguales» (OMS, 1974, p. 12).

No obstante, cuando estos cambios se producen de forma muy acentuada e incontrolada podrían desarrollarse enfermedades crónicas o no transmisibles (ENT) (Berdejo, 2009). Por ejemplo, la diabetes de tipo 2 y la hipertensión arterial (HTA) son más frecuentes entre adultos mayores con pocos niveles de fuerza (Weiss, 2011).  

«Una reducción de sólo 2 mmHg tanto en la presión arterial sistólica como en la diastólica minimiza el riesgo de infarto de miocardio entre un 14-17% y el riesgo de desarrollar una patología coronaria en un 9-6 %»

Según la OMS, el 50 % de las personas mayores de 60 años adolecen de esta enfermedad, causando el 45% del total de las muertes por cardiopatías y más del 50% de los fallecimientos por accidente cerebrovascular. Además, el 90% de los adultos mayores con hipertensión arterial (HTA) suelen presentar un factor comórbido asociado, aumentando la posibilidad de sufrir una fibrilación auricular (Rosas-Peralta et al., 2016). De todos los diagnósticos de hipertensión arterial en adulto mayor, el 50-65% corresponde a hipertensión arterial sistólica aislada (Sierra, 2002)

«La diabetes de tipo 2 y la hipertensión arterial (HTA) son más frecuentes entre adultos mayores con pocos niveles de fuerza (Weiss, 2011)»

El aumento de la presión arterial (PA) obedece a numerosos cambios fisiológicos que, de forma universal, se ve sometido nuestro organismo a lo largo del proceso de envejecimiento. Estos cambios modifican la función y estructura del árbol vascular y del sistema cardiovascular y renal; disminuyen la elasticidad y la distensibilidad de las arterias; y aumentan la rigidez y de la resistencia vascular periférica (Robles, 2007; Sierra, 2002). Sin embargo, también existen otros factores externos (ambientales) y del estilo de vida del individuo que va a influir en este sentido: la ingesta de sal, consumo de alcohol o sedentarismo entre otros factores de riesgo. Todo esto hace que las causas de la hipertensión arterial en el adulto mayor tenga una gran variabilidad interpersonal (Sierra, 2002).

¿Cómo puede el entrenador mejorar la salud en un caso de hipertensión arterial en adulto mayor?

Los efectos del ejercicio sobre los valores de la presión arterial en la población general son evidentes y avalados por la comunidad científica (Ghadieh y Saab, 2015). De hecho, estudios como los de Pescatello et al. (2004) han demostrado que el entrenamiento de tipo cardiovascular consigue una disminución de alrededor de 5-10 mmHg en la presión arterial sistólica (número más alto) y 4-8 mmHg en la presión arterial diastólica (número más bajo); mientras que el entrenamiento de fuerza reduce en torno a 2 mmHg la presión arterial sistólica (alta) y 3 mmHg la diastólica (baja). Incluso se han obtenido mejoras en  los valores de presión arterial con la simple práctica de ejercicio físico cardiovascular de intensidad ligera. Este dato resulta crucial ya que una reducción de sólo 2 mmHg tanto en la presión arterial sistólica como en la diastólica minimiza el riesgo de infarto de miocardio entre un 14-17% y el riesgo de desarrollar una patología coronaria en un 9-6 %. Definitivamente, la práctica de ejercicio físico se convierte en una estrategia no farmacológica fundamental para la prevención y tratamiento en los pacientes con hipertensión arterial (ACSM, 2014).

«Los efectos del ejercicio sobre los valores de la presión arterial en la población general son evidentes y avalados por la comunidad científica (Ghadieh y Saab, 2015)»

¿Qué metodología de entrenamiento ha demostrado ser más más efectiva para reducir la presión arterial?

Existen numerosas investigaciones donde se concluye a favor del entrenamiento de tipo aeróbico (entiéndase este término como aquel donde se obtiene energía a través de la fosforilación oxidativa) para reducir los valores de presión arterial en el adulto mayor. Por ejemplo, el estudio llevado a cabo por Huang et al. (2013) donde encontraron diferencias significativas en la presión arterial sistólica y diastólica (3,9% y 4,5% respectivamente) entre el grupo de intervención y el grupo control.

Respecto al entrenamiento de fuerza, aunque éste se está posicionando como una estrategia muy eficaz e interesante para reducir la presión arterial, no existe en la literatura científica un consenso definitivo en cuanto a su prescripción y protocolos a utilizar. Por poner un ejemplo, respecto a la velocidad de ejecución de los ejercicios se han encontrado hallazgos contradictorios. En un estudio de Coelho et al. (2017), donde la fase concéntrica debía realizarse lo más rápido posible, se observó un descenso de la presión arterial durante 35 minutos en comparación con el período de descanso. Sin embargo, el estudio diseñado por Orsano et al. (2018), donde se comparaban entrenamientos a velocidad de ejecución tradicional con otros a máxima velocidad de ejecución, se observó que apenas existían cambios estadísticamente diferentes entre ambas modalidades de entrenamiento.

Tampoco la literatura científica es concluyente sobre si el ejercicio aeróbico es mejor que el entrenamiento de fuerza o que el entrenamiento combinado (resistencia y fuerza) para conseguir unos valores óptimos de presión arterial en el adulto mayor con hipertensión arterial. A pesar de que históricamente se ha aconsejado más el ejercicio aeróbico que el entrenamiento de fuerza, recientemente se ha descubierto que el entrenamiento de fuerza puede disminuir los valores de presión arterial en proporciones muy similares a los obtenidos a través del entrenamiento aeróbico (Mota et al., 2013; Olher et al., 2013; Santana et al., 2013) y, por tanto, puede ser utilizado como una adecuada estrategia no farmacológica para tratar la hipertensión arterial en el adulto mayor (Cornelissen et al., 2011).

En definitiva y según la literatura científica actual, no se podría afirmar categóricamente que una modalidad es mejor que otra o se muestre más efectiva; dependerá de numerosas variables donde los resultados varían significativamente. Sin embargo, sí se podría afirmar que aunque históricamente las recomendaciones para la reducción de la presión arterial era el entrenamiento de tipo aeróbico, parece que éste junto y/o de forma combinada con el entrenamiento de fuerza es la que genera más adherencia en el adulto mayor. Y como bien sabemos, la adherencia en cualquier programa de entrenamiento, lo es todo.

Referencias

American College of Sports Medicine. (2014). ACSM’s guidelines for exercise testing and prescription. Filadelfia: Lippincott / Williams & Wilkins.

Berdejo, D. (2009). Prescription of physical activity for old people in relation to their various diseases. Journal of Sport and Health Research, 1, 101-111.

Coelho-Júnior, H. J, de Oliveira-Gonçalves, I., Câmara, N., Cenedeze, M.,  Bacurau, R., Yukio-Asano, R., Santana, J., Caperuto, E., Uchida, M., y Rodrigues, B. (2018). Non-periodized and Daily Undulating Periodized Resistance Training on Blood Pressure of Older Women. Frontiers in Physiology, 9, 1525. https://doi.org/10.3389/fphys.2018.01525

Cornelissen, V. A., Fagard, R. H., Coeckelberghs, E. y Vanhees, L. (2011). Impact of resistance training on blood pressure and other cardiovascular risk factors: A meta-analysis of randomized, controlled trials. Hypertension, 58, 950–958.

Ghadieh, A. S. y Saab, B. (2015). Evidence for exercise training in the management of hypertension in adults. Canadian Family Physician, 61(3), 233-239.

Huang, G., Shi, X., Gibson, C. A., Huang, S. C., Coudret, N. A. y Ehlman, M. C. (2013). Controlled aerobic exercise training reduces resting blood pressure in sedentary older adults. Blood Press, 22, 386-394.

Olher R.R., Bocalini D.S., Bacurau R.F., Rodriguez D., Figueira Jr A., Pontes Jr FL., Navarro F., Simoes H.G., Araujo R.C., y Moraes M.R. (2013). Isometric handgrip does not elicit cardiovascular overload or postexercise hypotension in hypertensive older women. Clinical Interventions in Aging, 8, 649-655.

Organización Mundial de la Salud. (2002). Envejecimiento activo: un marco político. Revista Española de Geriatría y Gerontología, 37(2), 74-105.

Orsano, V. S. M., de Moraes, W. M. A. M., Sousa, N. M. F., de Moura, F. C., Tibana, R. A., Silva, A. O., Schwerz-Funghetto, S., Schoenfeld, B. J. y Prestes, J. (2018). Comparison of the acute effects of traditional versus high velocity resistance training on metabolic, cardiovascular, and psychophysiological responses in elderly hypertensive women. Clinical Interventions in AgingUme 13, 1331–1340.

Mota, M. R., Oliveira, R. J., Dutra, M. T., Terra, D. F., de Almeida, J. A., Silva, F. M., y Pardono, E. (2013). Acute and chronic effects of resistance exercise on blood pressure in elderly women and the possible influence of ACE I/`D polymorphism. International Journal of General Medicine, 6, 581-587.

Pescatello, L., Franklin, B., Fagard, R., Farquhar, W., Kelley, G. A. y Ray, C. A. (2004). American College of Sports Medicine position stand. Exercise and hypertension. Medicine and Science in Sports and Exercise, 36(3), 533-553.

Robles Pérez-Monteoliva, N. R. (2007). Recomendaciones para la detección y el tratamiento del anciano con hipertensión arterial. Nefrología: Publicación Oficial de La Sociedad Española de Nefrología27(3), 270–278.

Rosas-Peralta, M., Borrayo-Sánchez, G., Madrid-Miller, A., Ramírez-Arias, E., y Pérez-Rodríguez, G. (2016). Hipertensión arterial sistémica en el adulto mayor. Recomendaciones para la práctica clínica. Revista Médica Del IMSS54, S75–S77.

Sierra, C. (2002). Hypertension in older adults. Hipertension y Riesgo Vascular34, 26–29. https://doi.org/10.1016/S1889-1837(18)30072-2

Weiss, C. O. (2011). Frailty and chronic diseases in older adults. Clinics in Geriatric Medicine, 27, 39-52.

Acerca del autor

Gabriel Oliva Navas es Graduado en Ciencias de la Actividad Física y el Deporte (CCAFD) y colegiado nº 62447

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